Charles Salzberg, para Revista Forbes.
Estábamos en la quinta entrada y el partido estaba empatado 0-0, en nuestro juego de campeonato de la Liga de softbol. Gary abrió el inning con un triple, y como coach de tercera base y co-manager del equipo, le advertí que si la bola era bateada hacia el lado izquierdo del infield, debía quedarse donde estaba. Efectivamente, la bola fue golpeada fuertemente por la tercera, pero Gary corrió de todos modos, ignorando por completo mi consejo. Fue puesto out en el plato con facilidad. Mientras yo movía la cabeza con consternación, uno de los jugadores entró corriendo al campo, agitando los brazos hacia mí, gritando: “¡Yo me hago cargo! ”
Fue escena fea, innecesaria, sobre todo porque no sabía, y obviamente no le importaba, que yo le había dicho a Gary que no corra; o que el entrenador era yo, no él. Mientras lo mandaba de vuelta a la banca, no podía dejar de pensar en lo diferente que era el equipo femenino de softbol que entrenaba. No sólo una jugadora hubiera prestado atención a mis instrucciones y se hubiera quedado en tercera, sino que además era poco probable que alguien en ese equipo hubiera cuestionado verbalmente lo que yo había hecho, incluso si yo hubiera enviado tontamente al corredor a home.
Una docena de años atrás mi amiga Sherri, que jugaba conmigo en un equipo mixto, me sugirió que fuera a verla jugar para un equipo de mujeres. La mayoría de ellas, explicó, eran actrices o camareras, a menudo ambas cosas, lo que significaba que tenían sus días libres. Tenía curiosidad, así que me acerqué al parque una mañana de miércoles a comprobarlo. Las chicas eran buenas jugadoras, se tomaban el juego en serio y querían ganar, pero a diferencia de los equipos de hombres en los que había jugado, no se trataba de ganar a cualquier costo.
Varias semanas después su entrenador renunció, y Sherri me pidió que tomara el equipo. Y así, durante los próximos diez años que estuve ahí todos los miércoles por la mañana, entrenando a quince mujeres que jugaban para el Raccoon Lodge, un bar de Nueva York, en lo que se conoce como la Liga de Restaurantes.
Las mujeres en realidad buscan asesoramiento, ya sea acerca del bateo, fildeo o estrategia. Por su parte, los hombres, pueden ofrecerse consejos (no solicitados) y críticas unos a otros, pero rara vez los piden.
Los hombres también son mucho más propensos a discutir, si fue seguro o fue out, o si fue bola o strike. Una mujer puede mover la cabeza o poner los ojos en blanco, pero rara vez se las verá desafiando a la autoridad. Recuerdo un día que nuestra lanzadora, Gail, se manifestó vehementemente en desacuerdo con las llamadas de un árbitro. Ella le gritó despiadadamente hasta que finalmente fue sacada del juego. Ella se sentó en las gradas, siguió hostigando al umpire, y sólo se detuvo cuando ésta la amenazó con echarla del estadio. Pero este tipo de comportamiento es la excepción. No es que las mujeres aceptan la injusticia, es sólo que parecen no verbalizarlo tanto como los hombres.
Las mujeres no se quejan en relación a su ubicación en el orden de bateo o cuál es su posición en el campo. Y rara vez las mujeres reniegan sobre el tiempo de juego o critican a un compañero de equipo, algo que veo todo el tiempo en equipos de hombres, donde muy a menudo se pone énfasis en el ego, en contraposición a lo que es mejor para el equipo.
Los hombres a menudo ven a sus oponentes como enemigos y los tratan como tales. No ocurre así con las mujeres. Claro, ellas quieren ganar tanto como los hombres, pero en general son mucho más amigables con sus oponentes, y cuando se termina el juego, ganen o pierdan, confraternizan con sus compañeras de equipo y con el otro equipo. Cuando los hombres de terminan de hacer el saludo obligatorio con el otro equipo al final del juego, cada uno de los jugadores se retira a su propio banco, ya sea celebrando la victoria o lamentándose por la derrota. Las mujeres prefieren compartir un banco común, charlar con otros entre entradas, y las celebraciones se quedan en el campo.
Los hombres tienden a repetir partidos y jugadas durante semanas, meses o incluso años después de que han sido producidas. Las mujeres rara vez discuten el juego una vez que haya terminado. Para las mujeres realmente parece tratarse de la diversión que tienen en el campo de juego y las relaciones forjadas entre sí, mientras que para los hombres realmente se trata de ganar.
Las mujeres que he entrenado pueden haber aprendido algo de mí acerca de cómo jugar el softbol, pero yo he aprendido más de ellas acerca de las relaciones y el espíritu deportivo. En lo que a mí respecta, este es un muy buen trato.
jueves, 26 de noviembre de 2009
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No sè si esto es tan asì, aquì en nuestro paìs, pero sì es verdad que a veces hemos actuado de esa manera, y tambièn es verdad que esas actitudes no conducen a nada. Deberìamos intentar cambiar y dejar que los que estàn a cargo hagan su trabajo. No ganamos nada con decir que esto ò aquello està mal hecho, mientras se juegan los partidos e inclusive mientras se juega un torneo entero. Es preferible, con la mente frìa, serenos, analizar los porque de cada jugada, de cada cambio, y de cada error. No nos debemos olvidar que los errores los cometemos TODOS, ya seamos jugadores, entrenadores, mànagers ò àrbitros, y sin lugar a dudas, reflexionando es cuando podremos hacer mejor las cosas. Este ejercicio tambièn hay que entrenarlo, igual que como se entrena pegarle a la pelotita. No sòlo seremos mejores jugadores, tambièn seremos mejores personas. Un abrazo a todos.
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